A veces somos testigos por casualidad de acontecimientos y
situaciones que no hacen reflexionar sobre la importancia de atesorar cada
segundo que vivimos.
Contaré una historia que me ha emocionado, la cual he celebrado en su
justa medida. En esta vida todo tiene matices, todo son decisiones y cada
camino que elegimos para bien o para mal tiene consecuencias, solo de nosotros
depende que el trayecto sea de rosas o de espinas. Siempre suelo llegar a la
misma conclusión… Las decisiones tomadas con el corazón son de las que nunca
nos arrepentimos, las que tomamos con la consciencia y meditamos suelen ser las
incorrectas, las que dejamos de vivir por seguir unas reglas dogmáticas
impuestas a saber Dios por quién.
Una pareja de adolescentes, el primer amor de ambos. Fue todo lo
hermoso y apasionado que se vive en el descubrimiento del amor, del sexo, de
las ganas de dejar de ser uno para ser dos. Un amor clandestino que nunca
finalizó, solo la distancia fue la encargada de adormilar ese sentimiento.
Vivir una vida sombría, anestesiados por la rutina y dando pasos
inertes, es lo más parecido a vivir en el ártico, con las entrañas congeladas
para no sentir, para no recordar lo que existe en alguna parte del mundo, con
pareja, con familia quizás… con una vida hecha. En momentos de caer en lo
profundo de sus más cálidos sueños, saltaba una pregunta en conjunto ¿Me
seguirá amando como yo amo?
El destino quiso poner la respuesta al unísono, cuando por mera
casualidad mediante una amiga en común, saltó el nombre del él en una
conversación. Estaban por fin en el mismo país, en la misma ciudad, 21 años
después. No hubo dudas, titubeos… Aquel domingo de noviembre la respuesta al
otro lado de la línea fue –Mi amor ¿Eres tú?- ¡Algo tan providencial había
ocurrido, los sueños se hacen realidad y los manjares para disfrutar!
¡Despertó cada célula del cuerpo, del alma! Temblar solo de sentir su
voz, sentir la misma pasión en los vacíos de impacto, de estar seguro que tanto
desear ese momento no estaría el cerebro jugando una pésima broma. Desde ese
segundo no tuvieron dudas de lo que querían y lucharían por tenerlo. Cada
segundo pensándose y amándose.
En tiempo pasó una vida que no
se tuvieron, pero verse frente a frente, mirarse en los ojos, sentir que era
real… fue como si no hubiera pasado un solo segundo desde la última vez que se
vieron, se sintieron y se amaron… porque el amor que es verdadero nunca muere,
nunca se olvida, nunca se desvanece. Lo más que alcanzamos a hacer es guardarlo
en un rinconcito del corazón para regresar ahí cuando se está desfallecido y se
necesitan fuerzas para continuar.
Saber que la vida es una, que hay que despertar esa pasión por
vivirla. Encontrar la persona que tiene el don de hacer estallar cada célula de
nuestro ser y aplacar a la vez, es una bendición que no todos son conscientes
de apreciar esa dicha y por ende, cuidar de no perderla.
A estas personas que tienen la valentía de luchar por lo que sienten
y mostrar abiertamente que por fin son felices… Que no se apabullan por las
consecuencias externas, que tienen el arrojo de vivir su propia felicidad… A
estas personas les admiro, son unos triunfadores… Unos héroes en los escabrosos
senderos de la vida.