Siento que he venido a este
mundo, en este instante de tiempo, solo para amarte.
Él
desconocía el momento exacto en el que se enamoró de ella, una niña con las
mejillas muy rosadas y unos rizos en cascadas que era una delicia ver jugar al
viento. De hecho no recuerda un pasado en el que no fuera su ilusión más
perenne, la única razón por la que deseaba despertar cada día, ir al colegio y
verla entre una multitud carente de interés para él.
Los
prejuicios sociales acuñaban el abismo evidente entre ellos. Carlos, creció en
las entrañas de la más cruda miseria, tanto económica como humana. Pero su
corazón fue bendecido con grandeza y dotado de un mar de sentido común. Ana,
nacida entre algodones, no conoció nunca la escasez en ningún concepto tangible.
Ambos
fueron niños felices. Ella en su universo, inocente de su amor… Él, sabiéndose poseedor
de un sentimiento que el mundo no entendía, la amaba en silencio, eso le bastaba
para sonreír cada vez que la casualidad le regalaba un encuentro.
Mientras
Ana iba a clases de piano y lenguas extranjeras, Carlos cargaba sacos de carbón
a las cocinas altas de la ciudad. Necesitaba trabajar por el dinero que
entregaba a sus padres y por el soplo de vida que le proporcionaba verla a hurtadillas.
Una
mañana amaneció triste y fría para ser verano. Carlos sintió vértigo y una
sensación horrible en su estómago, no sabría descifrarlo porque nunca antes la
había sufrido. Ana, se había marchado muy lejos para nunca volver… Él no pudo
más que correr hasta que su cuerpo se rindió sin fuerzas ya, brotó de su alma
halos de dolor, hasta dejarlo totalmente inconsciente.
Su
despertar no solo fue físico, sino lúcido. No todo estaba perdido, seguía vivo…
había esperanzas. Estudió y trabajó con metas muy claras, sabía lo que quería.
Los
años pasaron, se marchó de aquel lugar vacío y oscuro para él. Su sacrificio le
fue compensado en su vida laboral y su cuenta bancaria. Nunca más volvió a
conocer ese amor, solo habitaba en sus recuerdos, su vida con respecto a las
mujeres se volvió insulsa, carente de sentido.
Las
largas jornadas eran una rutina que él desarrollaba hábil pero impávido… Aquella,
se empeñaba en ser diferente, ese vértigo nuevamente que le dejaba el estómago
encogido, no le abandonaba ni un segundo, solo recordaba haberlo sentido una
sola vez.
Mirando
hacia la nada, como solía hacer antes de una reunión más. Imponente, con las
manos en los bolsillos, la luz del inmenso ventanal resaltaba su atractiva
silueta, aún ensimismado, evocó algo en su interior, un latir, un olor, un
sentir. El destino los reencontró en un curioso accidente casual.
Para
ella fue amor a primera vista. Para él, volver a sonreír ilusionado de tenerla
en frente, de saber que lo había conseguido… Por primera vez sentir ser el
centro de atención en su campo visual.
Creo
que cuando se desea algo con una intensidad lo suficientemente fuerte, nada
impide que ocurra en el momento adecuado. Las casualidades puede que en
realidad no existan y solo sea una maniobra perfectamente orquestada por el
destino para llevar a cabo su misión desde el principio.
Imposible es solo la consecuencia de rendirse!!
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